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CIUDAD MENDOZA, Ver., 21 de febrero de 2016.- Un Martín Pescador y un par de garzas, entre otras aves, reciben a quienes visitan el bosque de ahuehuetes y álamos, un área natural de Ciudad Mendoza que se extiende 13 kilómetros a lo largo del río Blanco o río Atlizcatl, cuyos pobladores buscan preservar.
A las seis de la tarde, los inscritos al paseo nocturno organizado por las autoridades de turismo emprenden la ruta de 2.6 kilómetros por el bosque, poco más de dos horas a pie.
“Ahuehuete” (taxodium mucronatum) es una palabra náhuatl que en español significa “Viejo de Agua”. Aunque no existe un estudio que certifique el número ni el tiempo en que estos árboles de 12 metros de diámetro y hasta 40 metros de altura llevan meciéndose por los vientos mendocinos, se han contabilizado cerca de mil 200 y se estima que tienen más de 700 años de antigüedad.
La también llamada Galería de Ahuehuetes abarca ambos lados del río —uno de los más “intoxicados” del país— y no es un área natural protegida, pero se ubica en el cañón del río Blanco, que sí lo es, explica el director de Turismo del ayuntamiento y guía del recorrido, Jair Peña Serrano.
Durante los años sesenta, el área se destacó por ser uno de los más importantes centros de recreación y de abasto de agua para los habitantes de los municipios de Ciudad Mendoza, Nogales, Río Blanco y Huiloapan.
Lamentablemente, los habitantes de asentamientos irregulares y unidades habitacionales empezaron a descargar sus desechos sanitarios a estas aguas, que siguen regando los ahuehuetes, generando la grave contaminación que impide usar el líquido para consumo humano y que modificó el ecosistema.
Desde 1938, este cauce es el núcleo del área natural protegida cañón de Río Blanco. La parte alta y media de la cuenca son consideradas por la Comisión Nacional de Biodiversidad (Conabio) como un sitio terrestre prioritario irremplazable, por su diversidad biológica, de prioridad extrema a escala nacional.
“Adicionalmente, uno de sus tributarios, el río Metlac, es considerado por la misma comisión como área de importancia para la conservación de las aves”, señalan Beatriz Torres y el propio Jordi Vera, especialistas en política ambiental y acuacultura, en un artículo periodístico publicado en 2013.
La cuenca del Blanco —precisan— se caracteriza por representar una gran diversidad de tipos de contaminación: industrial y doméstica en las partes altas, y agroindustrial en sus partes media y baja.
Después de las siete de la noche la luz natural baja de intensidad, paulatinamente. Las chicharras abren el coro, al que se integran un búho y otras aves. Los paseantes encienden lámparas de mano o se iluminan con su teléfono celular. Las luciérnagas se incorporan al juego de luces.
En partes, el agua es calma; en otras se arremolina, efecto de su fuerza. “Es un río vivo”, afirma el biólogo que conduce el paseo.
La gente sigue el trayecto con la esperanza de lograr la fotografía de un mapache, una zorra, un tlacuache o una rana en el agua. Esta vez sólo aparece una garza deslumbrada sobre una roca en el arroyo y un banco de pececitos.
Los ahuehuetes, también conocidos como cipreses mexicanos, capturan hasta mil 500 litros de agua y se enraízan hasta cinco metros de profundidad. Las arrugas de sus cortezas son tan profundas, que insectos de especies variadas edifican comunidades y se confunden con nubes de mosquitos que los lugareños llaman “come gente”.
En la calzada de ahuehuetes de Ciudad Mendoza se han celebrado festivales culturales, caminatas y actividades en torno de su conservación. Un árbol de un metro de alto se llega a vender ilegalmente hasta en 300 pesos.
Los recorridos se realizan en invierno: jueves, viernes y sábados, a las 17:30 horas, y en verano, a las 18:30. Acompañan al grupo un elemento de la Secretaría de Seguridad Pública (SSP) y dos miembros de Protección Civil municipal, quienes guían una ambulancia en la acera de enfrente; durante el recorrido se aprende sobre las especies nativas de este bosque caducifolio, el clima y sus frondosos protagonistas.
Pasadas las ocho de la noche, los participantes se toman la foto del recuerdo. Estiran la cabeza hacia atrás: el cielo está despejado y deja ver granitos de arroz resplandecientes. La caminata termina como un cuento infantil convencional: despedidas entre ladridos de perros, árboles y el asomo de la luna.
Hoy no hubo “noche triste” y nadie se detuvo a llorar bajo un ahuehuete.
Los días 1, 2 y 3 de julio próximo se realizará el Primer Congreso Nacional del Ahuehuete en Ciudad Mendoza, para hacer conciencia de la necesidad de cuidar el bosque que posee la galería de esta especie más grande del país.