Andi Uriel Hernández Sánchez/Contrastes
Hacia una cultura vial
Sólo cuando existe la posibilidad de comparar se puede establecer la diferencia.
Xalapa, quién lo duda, es una ciudad con un alto grado de educación, y quizá quienes vivimos en la capital, por las prácticas diarias ya no lo advertimos, porque un determinado tipo de comportamiento se ha vuelto de uso común. Es como en el caso del aire que todos respiramos, que es vital pero que nadie le da importancia porque vive con nosotros, aunque si nos faltara, nos moriríamos.
Me refiero, por ejemplo, a que hace ya varios años se adoptó en los cruces viales el paso 1×1, algo que tengo entendido se inició en Mérida, Yucatán, y que entre nosotros funciona con mucho éxito, práctica que si bien no ha resuelto totalmente el grave problema de la vialidad por el excesivo número de vehículos que circulan en nuestra ciudad con muchas calles estrechas, hechas para el paso de carretas jaladas por mulas, lo ha atenuado. El sistema 1×1 consiste en que en los cruceros saturados cruza un vehículo que va de oriente a poniente y luego otro que transita de sur a norte, y todos hacemos un alto obligatorio para dejar el paso al otro cuando le toca su turno. Es fácil detectar cuando alguien no es de la ciudad porque no respeta este sistema y sigue su marcha con el riesgo de provocar algún accidente. No tiene nuestra cultura vial. Esta práctica evita que esté un agente de Tránsito regulando el paso y hasta se puede prescindir del uso de semáforos. Hemos aprendido a ser responsables y a regularnos por nosotros mismos.
Sería injusto si dijera que Xalapa es la única ciudad del estado que ha logrado esto, aunque no tengo preciso cuál otra más, si Orizaba o Córdoba, por ejemplo. Pero me da pena y me duele hacer una comparación con Coatzacoalcos, mi tierra de origen y donde vive mi familia, donde cada vez que voy confirmo que en materia de vialidad vehicular es una tierra de nadie, donde todos hacen lo que quieren y en especial los taxistas se estacionan o levantan o dejan pasaje donde se les pega la gana, se estacionan en doble fila, donde en general casi nadie usa el cinturón de seguridad de su vehículo, etc. Por eso mismo me extrañó que el alcalde Joaquín Caballero Rosiñol anunciara que en esa ciudad no se iba a aplicar el nuevo Reglamento de Tránsito, una ciudad donde urge y más se requiere. Tuvieron que jalarle las orejas desde Xalapa para que cambiara de actitud.
Cada fin de año viajo a los Estados Unidos, en especial a Los Ángeles, a Las Vegas o a McAllen, donde tengo familiares y amigos que me hospedan, me pasean y me platican e informan sobre el cambio en sus modos de vida y de su cultura. Son otros. Ya tienen otra educación, entre ellas la vial. Respetan al pie de la letra la ley porque saben que las penas por no hacerlo son muy duras y caras y las autoridades, inflexibles. Tratar de corromper a una autoridad resulta peor. En las calles que desembocan en las grandes y largas avenidas hay un letrero en rojo que marca Stop (Alto). No hay semáforos pero hay cámaras vigilando. Muchas veces no viene ningún carro sobre la avenida, pero todos hacen alto obligatorio y luego se meten a la avenida. Un paisano no lo hizo alguna vez. Pensó que estaba en México. Con las placas de su vehículo lo identificaron y le llegó la respectiva multa a su departamento, ¡por 8000 dólares!, poco más de 120 mil pesos al tipo de cambio actual promedio de 16 pesos por dólar. Tuvo que ir a la Corte para no meterse en problemas y ahí le fijaron cuánto iba a pagar mensualmente. Nunca más ha violado ninguna señal de tránsito.
En Europa uno se queda sorprendido cuando ve cómo el peatón tiene prioridad y todo automovilista lo respeta. Cuando alguien va a cruzar una calle o la luz verde lo agarra cruzando una calle, todos hacen alto para que pase tranquilamente. En Madrid, Roma o París, por ejemplo, no ve uno agentes de tránsito como entre nosotros. No son necesarios. Todo mundo respeta la ley. Tienen otra cultura, otra educación. Si alguien comete una falta una cámara se encarga de que lo sancionen.
Todo esto lo he traído a colación porque me llamó la atención ayer el boletín semanal de la Arquidiócesis de Xalapa firmado por su vocero el presbítero José Manuel Suazo Reyes (he tomado café y platicado con él en una tarde muy agradable, acompañados por Elsbeth Lenz), que se refiere al nuevo Reglamento de Tránsito y habla de una cultura vial.
Coincido plenamente en la apreciación del religioso de que la atención del nuevo ordenamiento se ha centrado en las multas y la imposición de la ley, lo que, ciertamente, no le gusta a nadie. También en que faltó hacer una buena campaña para sensibilizar, concientizar a la población sobre la responsabilidad que tiene quien conduce un vehículo, para que maneje en forma civilizada y ordenada; en general, para promover la cultura vial. Todo cambio provoca resistencias, y más si implica la posibilidad de una sanción económica y todavía más si de someterse a la ley se trata. En este caso se pretende, entre otras cosas y ni más ni menos, acabar con la cultura de la “mordida”, porque es más práctico darle una “corta” al policía vial que pagar una multa, porque sale más barato y evita trámites burocráticos, y al policía, normalmente muy mal pagado, se le presenta la oportunidad de completar para el gasto de la casa o de comprar la pantalla que es el sueño de los niños.
Tiene toda la razón Suazo cuando afirma que en el fondo, la problemática que se percibe es la falta de cultura de la legalidad, aunque se diga lo contrario, porque en nuestro país lamentablemente no existe tal cultura y se necesita crearla. “Existe la mala costumbre de que en nuestro País la ley se negocia y cada quien la aplica a su propia conveniencia. Es más, con la ley en la mano, no faltan los casos de impunidad que provocan la irritación y el hartazgo social”.
De cuánto vivimos fuera de la ley y sólo nos sometemos a ella cuando vemos una amenaza seria de una sanción si no lo hacemos habla el hecho de que en vísperas de entrar en vigor el nuevo Reglamento el pasado jueves 20 de agosto, eran muy largas las colas de conductores y propietarios de vehículos, al menos en Xalapa, que acudieron a renovar sus licencias que tenían ya vencidas, o sus permisos, trámite que les costó 1,200 pesos por una sola vez, frente a una multa que les saldría en 2,048 pesos y que les podrían aplicar varias veces. Lo importante fue la reacción. Los ciudadanos aceptaron que estaban fuera de la ley y optaron por someterse a ella. Buena señal. Como buena señal es que he visto que, ahora sí, insisto, al menos en la capital de Veracruz, todos reducen la velocidad cuando van a pasar ante los detectores y cámaras que vigilan. Se ha iniciado una nueva cultura vial (la noche del sábado el secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita se reunió con toda su oficialidad y les reiteró nuevamente predicar con el ejemplo recordándoles que ahora los ciudadanos, cámara del celular en mano, estarán más vigilantes que nunca de que se predique con el ejemplo).
Finalmente, este es un buen principio para cobrar conciencia o fortalecerla de que sólo el imperio de la ley va a ayudarnos y a ayudar a que acabemos con corrupción e impunidad. Pero se tiene que comenzar por el principio. En Xalapa ya se ha comenzado.