Raúl López Gómez/Cosmovisión
López Arias y los estudiantes golpeados
En los días de crisis de 1968, el gobernador veracruzano Fernando López Arias recibía una llamada del presidente Gustavo Díaz Ordaz para darle instrucciones –palabras más, palabras menos– de que reprendiera a los estudiantes de la Universidad Veracruzana, quienes se habían unido a las protestas estudiantiles que cimbraban al Distrito Federal.
Xalapa no era la excepción: en los 60, la Atenas Veracruzana vivía su esplendor como capital cultural, intelectual y estudiantil en el país.
La respuesta del originario de Suchilapan, congregación de Jesús Carranza, fue tajante: “No voy a reprimir a mis jóvenes”, porque López Arias sabía que la perversidad del presidente era en el sentido de que el aparato y fuerza del estado reventara las protestas pero en la provincia, lejos de la capital del país (donde se llevarían a cabo los primeros juegos olímpicos de la historia de México) y lejos de la culpabilidad y responsabilidad histórica que recaería en el primer mandatario.
Esta desobediencia le valió la enemistad de López Arias con el famoso “Trompa de Pato”, quien finalmente tuvo que disolver a sangre y fuego el mitin de la Plaza de Las Tres Culturas, en la Unidad Habitacional Tlatelolco, en ese nefasto y triste 2 de octubre.
López Arias tampoco toleró del todo las protestas en la capital de Veracruz; a algunos maestros y alumnos los detuvo, encerrándolos en la cárcel; dejó que las protestas fluyeran y se realizaran marchas por las calles de Xalapa. Se puede decir que la “represión” del entonces gobernador fue más suave, orientada al control y vigilancia del orden público, pero nunca en un sentido estrictamente represor y asesino.
Pocos saben esta historia, pero quienes han documentado la historia de López Arias (como su sobrino Víctor López Nassar, quien estuvo con él en sus últimos días) han dado cuenta que el famoso “Boca Chueca” tomó una difícil decisión que pudo haberle costado su carrera política y optó por lo más prudente: defender a sus jóvenes, “castigarlos” en Xalapa y contenerlos para que no viajaran al Distrito Federal, a sabiendas de que la verdadera represión estaba por venir.
Finalmente, la historia juzgará la difícil decisión de López Arias en los días aciagos de 1968, pero los datos ahí están y los sobrevivientes también.
GOLPIZA A ESTUDIANTES
Antes que todo, se condena la golpiza que le dieron a un grupo de jóvenes en Xalapa el pasado 5 de junio. La violencia inusitada cimbró a la sociedad veracruzana, pues al menos en la historia reciente no se había visto tal violencia contra un grupo estudiantil.
Al contrario, podríamos decir que la violencia más bien venían de seudoestudiantes que llegaron a querer quemar las puertas del Palacio de Gobierno. De igual manera se desprendieron los ahora de moda “anarquistas”, que radicalizaron su posición causando daños en edificios y algunos arremetiendo hasta contra la prensa vendida. Nadie les dijo nada en aras de la libertad de expresión.
Pero es de ingenuos pensar que vas a escupirle gratis en la cara al sistema, a los criminales, a la mafia, a los policías, etc., y salirte con la tuya.
No existen las pruebas y mucho menos alguna dependencia de gobierno se va a atribuir el ataque, pero las narraciones de los afectados indican que quienes procedieron fue un comando entrenado, con el tacto para solamente llegar a lastimar y nunca con las instrucciones de ejecutar. En resumidas cuentas, la orden era dar una soberana madriza que sirviera de ejemplo, con todo y el costo que implicaba que el PRI perdiera Xalapa en las elecciones venideras.
¿Ejemplo de qué? Que quienes dieron la luz verde habrían optado por una medida de contención y mostrar el músculo del estado ante la insistencia de los grupos radicales de llevar a Veracruz a escenarios violentos como los que se vieron en Guerrero y Oaxaca, mismos que también fueron detectados durante las protestas del magisterio contra la Reforma Educativa, donde maestros veracruzanos señalaron presencia de gente de dichos estados que vinieron a “asesorar” a los inconformes y a la vez plantar la bandera de la Coordinadora Nacional de Trabajadores de la Educación (CNTE) en suelo jarocho.
Tan brutal fue la madriza, que hasta los simpatizantes de los “anarcos” –que ni siquiera son veracruzanos– tuvieron que exiliarse porque el mensaje fue claro: aquí en Veracruz no se viene a hacer desmadre y se jode con el sistema. La acción desactivó cualquier protesta que se tenía planeada el día de las elecciones.
Y es que las señales de protesta radical se vieron horas antes del 7 de junio: un grupo de encapuchados llegaron a quemar el módulo del Instituto Nacional Electoral (INE); semanas antes, los mismos llegaron a oficinas públicas y del PRI estatal para incendiar y romper vidrios. Ante esto, la pregunta obligada ¿qué tenían planeado para el 7 de junio que obligó el actuar de un grupo de choque profesional?
La otra pregunta sería: ¿Quién los puso? ¿Quién los señaló? ¿Quién dio el pitazo de que en una casa que permanece desapercibida, con anuncio de una fonda que ya no existe y que se mantenía protegida y cerrada, existía un grupo de estudiantes desarmados a determinada hora, comiendo pastel y palomitas?
En este sentido, versiones extraoficiales indican que los líderes estudiantiles en realidad desde hace mucho ya negociaban con altos funcionarios de Veracruz: en concreto, que a Julián Ramírez (identificado como Canek o Cancún) lo tenía Erick Lagos en nómina cuando éste era secretario de Gobierno, y sus discursos incendiarios sólo eran fachada de una falsa imagen de izquierda.
La realidad es que los estudiantes/activistas comenzaron a perder apoyo popular por su propia radicalización y falta de ideas creativas para protestar en paz y sin afectar a terceros: el cambio de nombre de la Plaza Lerdo, el ataque a edificios y las becas para exiliarse, son sólo algunos ejemplos que hicieron perder la simpatía y apoyo de la comunidad estudiantil y hasta de algunos periodistas.
Basta decir que los estudiantes que sí van a la Universidad Veracruzana a estudiar, pasan a segundo término; por más que estudien para que su esfuerzo sea reconocido, ahora resulta que basta una madriza para ganarse una beca en el extranjero y ya.
Los mismos radicales que odian con odio jarocho al gobierno, también perdieron simpatía cuando pidieron el retiro del festival Hay Festival, afectando con esto al círculo académico, estudiantil y artístico de Xalapa; así, sin más, un grupo de gente que ni siquiera eran veracruzanos decidieron el futuro de la capital de la entidad en un evento cultural que le daba realce.
La historia los juzgará como a López Arias. Ya se verá en el futuro si este periodista está equivocado o pachequeando por la desvelada en la madrugada; que verdaderamente un grupo de estudiantes comía pastelitos y palomitas; y que Julián Ramírez no termine siendo como esos líderes que se decían de izquierda y hoy no son más que vividores del sistema que tanto criticaron.
Ya se verá.
EPÍLOGO
Existe una anécdota que más o menos se narra así: se dice que Jesús Reyes Heroles, el ilustre tuxpeño ideólogo del PRI, sentó a los líderes de las izquierdas para dialogar con ellos, pero antes que todo les espetó: “Son ustedes unos pendejos… Mientras la izquierda no sepa unirse, trabajar juntos, jamás nos van a quitar el poder; a nosotros nos unen los intereses comunes, el trabajo y el poder”. Pero así son los manifestantes de hoy: mitoteros, anarquistas y ahora hasta con becas en el exilio.
EPÍLOGO, EPÍLOGO
Quien volvió a estar en los medios fue el secretario de Seguridad Pública, Arturo Bermúdez Zurita, quien esta semana estuvo en Quintana Roo firmando un convenio con la Fiscalía General del Estado de Campeche y el Instituto Tecnológico de Chetumal (ITCH), con el propósito de realizar trabajo académico conjunto para la generación de las especialidades Administración del Sistema de Justicia Penal y Cómputo Forense, y la utilización de la Plataforma Digital Coadyuvante al Sistema Nacional de Seguridad Pública (SNSP). Bien.