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Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
* La engañosa calma
Narra el periodista Ciro Gómez Leyva que al cuestionar a un funcionario del gabinete de seguridad del gobierno federal sobre la ola de violencia que se desató en Jalisco, éste le respondió, entre otras cosas, que “a veces las autoridades locales creen que porque no hay expresiones violentas, el estado está bien, cuando la realidad es que tanta quietud aparente es más bien motivo de ‘control’. A veces la autoridad estatal prefiere esa calma que entrar a fondo”.
Algo así es lo que sucede en Veracruz.
Ya en este mismo espacio se había advertido, hace algunos años, que la reducción en la incidencia de hechos violentos vinculados con la delincuencia organizada no obedecía a la aplicación de algún exitoso plan de contención, sino a que esos grupos habían llevado su guerra a otros territorios.
El problema es que las autoridades se crean sus propias mentiras y no se preparen para impedir el retorno de la violencia a la entidad.
Entre las bandas de la delincuencia organizada es muy conocida la expresión: “no hay que calentar la plaza”. Esto significa que procuran no cometer delitos de alto impacto (al menos no muchos) para no llamar la atención de las fuerzas federales, que de pronto pudieran ordenar el traslado de grupos especiales para “barrer” a las bandas que operan en la zona.
Muchas veces la orden de “no calentar la plaza” surge de mandos policiacos locales que están coludidos con esas organizaciones criminales, a las que les advierten que sólo los podrán proteger si procuran pasar desapercibidos.
La decisión de arrojar cadáveres en una vía muy transitada, a escasos kilómetros de la capital del estado, como sucedió el pasado fin de semana, va en contra de toda lógica de un grupo que pretende operar sin problemas. Una acción de este tipo se interpreta como un desafío, ya sea para un grupo criminal contrario, o para las autoridades.
Este acto tiene ya una evidente referencia en Veracruz. El 20 de septiembre del 2011, mientras se realizaba un encuentro nacional de Presidentes de Tribunales Superiores y Procuradores Generales de Justicia, dos camionetas con 35 cadáveres fueron abandonadas a unos metros de la sede de tan importante evento.
Las mismas autoridades dieron a conocer en aquel entonces que fueron integrantes del cártel Jalisco Nueva Generación los autores de la matanza de 23 hombres y 12 mujeres, quienes presuntamente formaban parte de la organización criminal de Los Zetas.
Hoy parece que este nuevo acto de exhibicionismo criminal estaría relacionado con los sucesos de Jalisco. El mensaje que parece estar enviando este grupo delictivo a las autoridades es que cuentan con el suficiente poder, con la suficiente fuerza como para incendiar el país entero si persisten en combatirlos.
Cuando reina la calma en una zona que tiene interés para el crimen organizado, significa que los que en ese momento operan ahí, están tendiendo sus redes de corrupción, están cooptando mandos medios y altos de las fuerzas locales, para convertirlos en uno más de sus cinturones de seguridad.
Como quedó demostrado este fin de semana, Veracruz no está libre de estas bandas criminales, y con toda seguridad hay colusión de mandos policiacos. Sólo así se podría entender que sigan operando sin llamar la atención.
Es momento de deshacerse de esos lastres, urge una nueva revisión, a fondo, de los niveles de confianza de las autoridades policiacas en la entidad.
El cáncer hay que cortarlo de raíz, de lo contrario se reproduce.