Teresa Gil/Libros de ayer y hoy
Fulleros disfrazados de periodistas
Cierta mañana de otoño, Alejandro Íñigo, a la sazón Jefe de Información de Excélsior, entró como viento helado a la redacción del diario llevando unas cuartillas y el ejemplar de un periódico de la competencia. Oteó el horizonte de escritorios hasta que su mirada de detuvo en uno del fondo. Quien lo ocupaba trató pasar inadvertido, de desaparecer, de borrarse, pero de cinco zancadas Alejandro se le plantó enfrente y le escupió a la cara: “Todo te lo paso, hasta que inventes una nota. Lo que no te paso es que robes el trabajo de un compañero y lo hagas aparecer como tuyo. ¡Fuera de aquí, estás despedido!” bramó mientras aventaba las cuartillas y el diario sobre el escritorio del infeliz.
Al sujeto acusado se le hizo fácil hacer pasar como suya una nota que otro reportero había publicado días antes en un diario modesto y de poca circulación. La nota apareció en Excélsior con un llamado en portada y nada hubiera pasado de no ser porque el director del diario modesto le dio la queja al director de Excélsior.
La voz se corrió rápido y nadie le quiso dar chamba al tramposo por lo que se fue a probar suerte a Guadalajara, Monterrey y Villahermosa con pésimos resultados. Cuando lo volví a ver era chofer de un taxi y echaba pestes contra las «injusticias» de la vida. No me condolí de él.
Quienes andamos en este oficio nos hemos visto forzados alguna vez a inventar una nota (con el riesgo que esto conlleva), antes que aguantar los carajazos verbales del Jefe de Información y la suspensión de rigor. Un día se me ocurrió inventar una supuesta entrevista con el boxeador «Mantequilla» Nápoles y por poco me madrea el cubano. Pero de eso a robarse una nota y todavía firmarla como propia hay un mundo de diferencia.
Como director editorial de un diario en Tuxpan tuve que lidiar con cuatro reporteros que tienen esa manía. A tres les di las gracias y como no se trataba de quedarme sin personal, a la chica restante que era Jefa de Información, la bajé a deportes.
Fue a ella a quien más me dolió castigar porque ponía empeño en su trabajo aunque con los meses comenzó a flojear. En más de una ocasión le dije que era mi candidata a ocupar mi lugar en la dirección editorial, porque sí lo era. Pero su soberbia le jugó una mala pasada y la arruinó sin remedio. Como presidenta de una Asociación de Periodistas locales se integró a un grupo de zánganos que se pasan todo el día en el café esperando a que ahí les caiga la noticia y esquilmando a quien se deja.
Nunca me sorprendió con un reportaje, una entrevista exclusiva o una crónica aparte de su trabajo cotidiano. Simplemente se estancó y se volvió una más del montón. Eso sí, ha hecho de la Asociación su modus vivendi.
Poco antes de dejar la dirección editorial me la volvió a hacer: entrevistó a un ciclista que recorría el país, pero es evidente que ya no confiaba en ella misma ni en su redacción, porque copió íntegra la entrevista que un colega de San Luis Potosí le había hecho al mismo ciclista semanas antes, le puso su firma y la envió como suya.
Hoy me enteré que la corrieron ignominiosamente del diario y tampoco sentí pena por ella. ¿Cómo sentir pena por alguien que deshonra la profesión que le da para comer? ¿Por alguien que sale a la calle a ver a quién jode en lugar de buscar la nota que la haga trascender? ¿Cómo sentir pena por quien se roba el trabajo de los demás?
Sé que amparada en su Asociación vendrá a Xalapa a denunciar presuntas injusticias contra ella y en busca de la solidaridad de los colegas. Ojalá venga, deseo que lo haga para desenmascararla (con pruebas documentales, por supuesto) y señalar ante mis compañeros reporteros, a una fullera y filibustera que no merece el título de periodista con que se ostenta.