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ESPECIAL: Consumo de Drogas y Anexos. Parte III
XALAPA, Ver., 6 de julio de 2014.- “Pedro” es miembro del grupo de Alcohólicos Anónimos (AA) “El Mensaje”, y a sus 43 años de edad ha conseguido rehabilitarse del alcoholismo y drogadicción que padecía. Asegura que luego de haber estado internado en el albergue Casa Nueva, las reuniones en que participa desde hace cuatro años, han sido determinantes para mantenerse limpio.
“Yo estuve en una comunidad terapéutica Casa Nueva, está en la comunidad de El Chico, y de ahí vine a este grupo. Sin consumir drogas, ahorita en septiembre hago cuatro años. Esa comunidad es una institución donde están puros profesionales sobre la droga y el alcoholismo, yo tuve internamiento de cuatro meses. Estuve acudiendo como un año a mis terapias ahí mismo y acabé en mis reuniones aquí en el grupo”, explicó.
Pedro asegura que la principal fuerza de apoyo de los grupos de AA es el testimonio, y sostuvo que a pesar de que él nunca fue maltratado en el albergue en que recibió atención, en El Mensaje hay personas que sí han padecido esos abusos, por lo que coincide en destacar la importancia de que la atención que se reciba sea certificada y por profesionales.
Cuestionado en torno a su permanencia dentro del grupo de auto ayuda luego de cuatro años sin consumir drogas, asegura que no dejará el grupo, pues se ha convertido en su forma de vida y de mantenerse desintoxicado,.
“ Esto de Alcohólicos Anónimos es de por vida, yo creo que a lo mejor sí podría dejar de tomar, pero en lo personal me ayuda mucho a estar conmigo mismo, no cambio lo que vivo hoy por lo que viví antes”.
Pedro señala que el tratamiento de las adicciones encuentra el éxito en la conjunción de estas técnicas, pues en caso necesario, dijo, puede recurrirse al internamiento voluntario en instituciones avaladas por los profesionales de la salud y a su vez, complementarlo con los grupos de autoayuda como terapia alternativa o complementaria del proceso.
Drogadicción en los jóvenes
Así también, “Claudia Cecilia”, de 34 años, madre desde los 17, cuenta su experiencia sobre su hijo y el consumo de drogas.
La mujer cuenta que el padre de su hijo no se hizo cargo de él y no lo volvió a ver jamás.
“Sus padres, en lugar de hacerlo responsable, lo enviaron fuera de la ciudad y se fue. Nunca lo volví a ver. Ellos quisieron quitarme al niño a los pocos años, pero mucha gente me ayudó. El niño se quedó conmigo”.
Inmersa en su trabajo como secretaria en un despacho de abogados, lo que le sirvió para seguirse preparando, Claudia Cecilia cuenta que siempre contó con el apoyo de sus padres para el cuidado de su hijo. Reconoce que aunque logró sacar adelante a su hijo, sí le hizo falta el apoyo de un hombre: “tuve algunas oportunidades de romance, pero ninguno quería aceptar a mi hijo y eso no lo iba a permitir. Quien me aceptara tenía que aceptar a mi hijo”.
Con el paso de los años su hijo creció. “Gabriel” comenzó a tener problemas en la secundaria; de ser un jovencito tranquilo se volvió iracundo y peleaba por todo y con todos.
“Comenzó a responderme de mala manera. Cuando se le pasaba el enojo volvía a ser el mismo. En una ocasión, cuando le iban a lavar su ropa, descubrí dos cigarros fabricados a mano y una bolsita con polvo. Temí lo peor. Más tarde lo confirmé, eran mariguana y cocaína. Entendí que cuando a él le faltaba su droga se ponía ansioso, enojado, decaído, de mil formas”, cuenta la madre.
Solicitó ayuda a un centro de atención para drogadictos. Recuerda que su hijo se resistió y estuvo internado varios meses. “Fue difícil para él y por supuesto para mí, pero yo quería lo mejor para él y no que se volviera un drogadicto”.
Una vez recuperado, Gabriel no sólo encontró un mundo nuevo, sino una mamá nueva, pues Claudia Cecilia se acercó al Cristianismo y ello, dice, les ayudó a salir adelante.
El joven jamás volvió a sentir el impulso de probar alguna droga.
Con 30 años a cuestas, “Marilú” recuerda que perdió su virginidad con un joven de 18 años, que no sólo le robó la inocencia, sino la conciencia, según cuenta, pues fue quien le surtió pastillas psicotrópicas y cocaína.
Marilú acudió a un Instituto Pedagógico en Veracruz, dirigido por monjas.
“Todo era perdición allí. Había rezos, misas, te obligaban a ser pura, pero cuando las monjas no estaban, mis compañeras sacaban sus revistas pornográficas y hasta artefactos sexuales. Ni qué decir los baños, en donde muchas se masturbaban, unas con otras”, relata.
Con el joven con quien se relacionó, dice que probó de todo, “inclusive me obligó a sostener relaciones con otras personas. El dinero no era el problema, el problema es que la droga te enferma y despierta pensamientos perversos. Yo no me daba cuenta, creo”.
Cuenta que sus padres comenzaron a darse cuenta del situación en el momento en que comenzaron a faltarles cosas de la casa.
“Se perdió un reloj de oro de mamá, cosas de valor y dinero de sus carteras, tanto de mi mamá como de papá”.
Al principio, los padres pretendieron castigarla no permitiéndole salir; sin embargo, resultó contraproducente, pues la necesidad de droga la agobiaba, por lo que tuvo que confesarles la situación.
“Pusieron el grito en el cielo. Se sintieron avergonzados y me excluyeron. Creo que al final venció el amor porque creo que se dieron cuenta que podría morir”, dice Marilú.
Agrega que dejó de ir a clases un año, mientras se recuperó en un centro para adictos, en el norte del país.
“Fue difícil, pero llegó un momento en que los especialistas me confrontaron y me hicieron decidir si quería vivir o vivir para las drogas, con la consecuencia que podría morir. Me vi destruida, vieja, inútil y sin nadie a mi lado. Hice un esfuerzo y me recuperé”.
(*) Algunos nombres fueron cambiados a solicitud de los entrevistados.