Raúl López Gómez/Cosmovisión
La dieta
Noté que algo no andaba bien cuando quise abrocharme el pantalón y el botón nomás no llegó al ojal, le faltaron como diez centímetros. “Pinches pantalones, están encogiendo” rumié entre dientes. Pero mi mujer reviró, “no son los pantalones los que han encogido, es tu panza la que se ha expandido”. Herido en mi orgullo no quise dar mi brazo a torcer y como pude me fajé el pantalón. Como el botón nunca llegó al ojal me auxilie con el cinturón y en lugar de camisa me puse una guayabera; después de todo están de moda otra vez.
Me miré frente al espejo y uta lector, me veía hasta elegante. La bronca fue cuando me puse de perfil y tuve que admitir que mi panza se había desparramado a lo bárbaro.
-O vamos hoy con una dietista o me das el divorcio- me dijo mi mujer.
La verdad es que quise tomarle la palabra de no ser porque cuando traté de atarme las agujetas de los zapatos comencé a jadear, me faltó el aire, me puse más morado que un camote y para colmo se botaron dos botones de la guayabera. –Ok, vamos pues- contesté.
Lo primero que hizo la dietista fue medir mi circunferencia y para eso se auxilio de mi consorte que fue la que me dio toda la vuela agarrando una punta de la cinta métrica. “Qué bárbaro” dijo la dietista cuando vio los numeritos. Después me pasó a la báscula. Subí el pie derecho y pude sentir cómo se movió el mecanismo de la pesa… subí el izquierdo y puedo jurar por mis antepasados que escuché un crujido ¿o sería un quejido? “Qué bárbaro” repitió la mujer.
Tras decirle a mi esposa que estaba vivo de milagro porque era candidato a infartarme, a un coma diabético y a un ataque fulminante de hipertensión, me recetó una dieta más espartana que las que se chutaba Mahadma Gandhi. Pero ahí no acabó todo, siempre dirigiéndose a mi esposa comentó:
-La gordura de este sujeto no es sólo física sino mental, me basta verlo para saber que lo primordial para él es la comida por encima de cualquier cosa, incluso por encima del sexo – en este punto mi mujer lanzó un suspiro- Aparte de la dieta será necesario que lo asista un yogui que lo visitará diariamente en su casa. La meditación lo hará olvidarse de las grasas, los azúcares, la comida chatarra, el tabaco y el alcohol – aquí fui yo quien lazó el suspiro- y sobre todo lo hará querer a su cuerpo. Son novecientos pesos de la consulta, más mil doscientos de estos medicamentos que se los dará después de su única comida diaria. Ah, no olvide señora que sólo debe comer 20 gramos de acelgas, o de lechuga o de nopales, no más. Agua la que quiera. Nos vemos en un mes-.
Al día siguiente, mientras más a gusto dormía sonó el timbre de la puerta. Miré el reloj y eran las 4:30 de la madrugada. Pensando que se trataba del vecino que otra vez venía hasta atrás y se había equivocado de casa, me levanté, abrí la puerta y… por poco me infarto. Frente a mi estaba un sujeto extraordinariamente flaco, moreno tirando a prieto, completamente pelón y encuerado de la cintura para arriba.
-Soy el swami Radamés Tiburcio su maestro de yoga- me dijo.
-Oiga pero si apenas son las cuat…- pero el tipo no me dejó terminar.- Es la mejor hora para estar en conjunción con el universo- me contestó.
El pinche swami me hizo ver mi suerte durante semanas. Me hacía darle 15 vueltas al parque de Los Berros primero al trote y luego a paso veloz, luego me puso unos ejercicios respiratorios que me estaban matando por falta de oxigeno ya que tenía que sumir mi abultado abdomen. Pero lo más gacho fueron las contorsiones que hubieran vuelto loco a un cirquero. Me cae que ni en mis sueños más pachecos llegué a imaginar que un día podría tocarme la nuca con el empeine de mi pie izquierdo y la frente con la planta del pie derecho al mismo tiempo.
Si la dietista me trajo a pura hierba y agua, el swami me quitó ésta última por lo que a partir de la tercera semana sufrí más alucinaciones que un alcohólico.
Pero la dieta y el yoga surtieron efecto, cuatro meses después estaba lo suficientemente flaco como para pasar por debajo de la puerta de mi casa. Me cae que ya no podía ni con mi alma. En una descuidada que se dio el yogui aproveché para pelarme y demandarlo, junto con mi esposa y la dietista, por tortura física y mental.
Como sucede en este país perdí el caso y ahora me enfrento a una contrademanda bien perrona que me ha hecho volver a subir de peso y me provoca insomnio y temblorinas de 10 grados en la escala de richter a las cinco de la madrugada.
Ni hablar, sea por Dios.