Carlos Ramírez/Indicador político
Nos vamos quedando solos…
Revolotearon mariposas amarillas… sí, amarillas, por que de ese color se pintó abril con la partida de Gabriel García Márquez –escribió Jorge F. Hernández en el diario El País–.
Uno a uno, poco a poco, se apagan los faros de nuestra vida literaria. La muerte de García Márquez y el deceso de Emmanuel Carballo –decano de la crítica literaria– son eslabones del final de una racha negra iniciada hace cuatro años con la partida de Carlos Monsiváis, seguida por el fallecimiento de Carlos Fuentes y agudizada –apenas en enero– con la desaparición de José Emilio Pacheco…
Las grandes referencias culturales del último medio siglo mexicano sucumben ante lo inevitable… el paso del tiempo que termina por vencernos a todos, aunque los “grandes” gocen el privilegio de heredar el consuelo de su obra… y por eso, su partida quizá resulte menos dolorosa.
Al final físico, sobrevive el legado del talento. Novelas, cuentos, ensayos y críticas, artículos periodísticos, crónicas y reportajes… toda una literatura como testimonio de aquellos genios atareados en construir nuestra identidad.
El caso de García Márquez –poeta de lo mágico– es notable, por haber elegido a México como una nueva patria, por haber formado familia y haber escrito en esta tierra sus Cien Años de Soledad –obra que pudo llamarse La Casa–. Precisamente eso fue México para él: casa, inspiración y aliento. Aquí maduró el genio colombiano de nacimiento, mexicano por adopción… y universal por seducción. Aquí escogió vivir “para narrarnos la verdad del cuento”… escrita con el puño del corazón.
García Márquez fue además el ejemplo más acabado de la vocación nacional para recibir y hacer propio el talento nacido en otras tierras. Su nombre quedó unido desde su arribo a los de Pablo Neruda, Luis Buñuel, José Bergamín, Miguel Ángel Asturias o Gabriela Mistral…
Emmanuel Carballo –aun sin la pompa y circunstancia de otro merecido homenaje en Bellas Artes– también deja huella al partir en dos ataúdes; uno para el cuerpo y otro para su lengua filosa, rotunda, implacable… feroz. Carballo no era un crítico pendenciero, menos atrabiliario; fue un hombre quien supo darle dimensión justa a la palabra tan crítica como orientadora. No se olvida cuando atrajo malquerencias al referirse al poeta Octavio Paz como “un sapo inflado». Después de toda aquella furibunda crítica que se le vino encima, explicó: «Dije que Paz era un sapo inflado porque se ha inflado como se inflan los sapos cuando solamente escuchan su propio ‘croar’ y algunos de ellos terminan reventados». Carballo nunca daba un paso atrás.
Desde su trinchera –La Revista Mexicana de Literatura– el maestro Carballo fue autoridad y guía… proyectó a las mejores plumas nacionales de la segunda mitad del siglo pasado. ¿Quién viene después de él?; ¿quién está siguiendo el surco arado por aquella revista que quiso con tanta entrega?
Ahora, sin Carballo, sin García Márquez, se agotan nuestras referencias… después de su generación queda un vacío.
Narradores, escritores y periodistas de nuestro días parecen cabos sueltos en la tormenta de la globalidad… tal vez ese sea el signo de los nuevos tiempos; mientras, queden las letras en puntos suspensivos… y en el suelo, unas cuantas flores amarillas.
@JoseCardenas1 | [email protected] | josecardenas.com.mx