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XALAPA, Ver., 08 de marzo de 2014.- Aunque no lo había entendido bien, Eunice (*) se dio cuenta desde pequeña que tendría que soportar muchas cosas negativas en su vida tan sólo por ser mujer. Educada en un hogar en el que era la menor y con tres hermanos varones, pronto sería la prisionera de su hogar.
Su mamá, fallecida recientemente, siempre le forzó a lavar trastes desde que tenía ocho años. Le enseñó a lavar, planchar, preparar café, los alimentos para el desayuno, la comida y la cena además, a servir a sus hermanos.
Con su papá no era la excepción, aunque de pequeña le encantaba llevarle pantuflas a su papá, se dio cuenta que la obsesión de su padre eran sus hijos: “Siempre les acompañó a verlos jugar futbol, beisbol, lo que fuera. Tristemente recuerdo que sólo en una ocasión fue a una entrega de boletas y reconocimientos en mi escuela”. A medida que creció, llevar las pantuflas de su padre se volvió una costumbre que jamás deseó hacer.
Eunice fue inscrita en uno de los colegios de monjas de Veracruz, “parecía una educación férrea, religiosa, pero era una mera apariencia. En aquél entonces nos forzaban a rezar, a aprender supuestos oficios hogareños ridículos, pero en los baños de la escuela mis compañeras se besaban en la boca. Llevaban revistas pornográficas y relataban sus aventuras con sus novios y hasta con desconocidos”, indicó.
No tuvo viajes, si acaso una fiesta de XV años que fue a gusto de sus padres. Asegura que nunca deseó una fiesta a la que asistieron cientos de personas que ni siquiera conocía.
“Era ridículo. Me regañaban si no quería ir, pero jamás me dejaron que me quedara sola en casa. Lamento reconocer que vivía en un hogar controlado por un macho que no sólo me cuidaba a mí, sino a mi madre de una forma exagerada”, reveló.
Recordó que a sus 18 años, tras ser acompañada por uno de sus hermanos, conoció a un chico de sociedad, “nunca había estado con un desconocido por más de cinco minutos. Platiqué con él, hasta bailé una pieza, pero fue imposible verlo después, mi casa era como una cárcel. No había llamadas telefónicas para mí. No se me permitía tratar con chicos. Mis amigas, las pocas que tuve, no deseaban ir a mi casa”.
Recuerda que cuando murió su padre, hace ocho años, ella tenía 22 y asistía a la universidad, una universidad católica en el puerto de Veracruz.
“Me dolió perderle, pero a la vez me sentí liberada. Mi padre no me dio una muestra de cariño nunca o no lo recuerdo, quizá era muy chica. Nunca me permitió expresar mi cariño, ni siquiera hacia mi madre. En casa todo eran órdenes”, dijo.
Poco a poco, uno a uno, sus hermanos hicieron su vida y se fueron de casa, pero aún le faltó un escollo por librar: su mamá.
“Mi madre era controladora. Seguía haciendo las rutinas que hacía desde que tenía siete u ocho años. Encima de ello acudir a misa todos los días, ir a rosarios, visitar enfermos, pero cuando se trataba de algo mío, una reunión o fiesta, siempre había una negativa”.
-¿Nunca te rebelaste? -“No tenía caso. Dos o tres veces me salí de mis casillas. Ella se desmayó, le dolió el pecho, le faltó el aire y muchas cosas. Era su forma de controlarme. Me sentí liberada cuando comencé a trabajar. Conocí amigos, pero mi manera de ser era diferente a ellos. Siempre he sido tímida y no soy fácil de abordar. Me inyectaron miedo por tantos años que era difícil confiar en alguien”.
Fue hasta hace poco que Eunice conoció a un joven profesionista, de una religión diferente a la suya.
“Era evangélico. No me importó. No me fui con él ni hice cosas malas. Es curioso pero llegué virgen a mi matrimonio. Quizá deba agradecerlo, quizá no, pero conocí al hombre de mi vida por una cuestión muy simple, amaba a Dios de una forma diferente a como me habían enseñado. Cuando se me declaró me dijo que amaba tanto a Dios que podía estar confiada en que tendría un amor leal por el resto de mi vida”.
Eunice se casó a los 29 años. Pese a la resistencia de su mamá, logró casarse con quien llama “el hombre de su vida”. Hoy se siente liberada y atiende a sus pacientes de manera amable y corre a su hogar cuando es la hora de salida de su trabajo: “Hoy es distinto. Me liberé o quizás Dios me liberó. Lo único que sé es que soy muy feliz”.
(*) El nombre fue cambiado a solicitud de la entrevistada.