Felipe de J. Monroy*

La dimensión mística cristiana asegura que la sangre de los mártires fecunda la tierra; es una expresión que, sobre todo, consuela y anima a los sobrevivientes en dos convicciones: que los horrores, por más absurdos que parezcan, nos obligan a reflexionar; pero también, que en la memoria de las víctimas reside un potencial transformador radical. El mundo secular ha retomado el sentido de esta elocuente indignación y frente a los crímenes sin respuesta levanta su voz de forma semejante: “Nos sepultaron sin saber que éramos semilla”. 

El próximo 20 de junio, se cumplirán dos años de los trágicos eventos en Cerocahui, Chihuahua, donde la furia asesina de un capo local terminó con la vida de cuatro personas en el transcurso de 24 horas hasta ser literalmente apaciguado por religiosos jesuitas, dos de los cuales pagaron con la vida su exhortación a la paz y la calma.

El asesinato de los religiosos Javier Campos y Joaquín Mora constituye una herida profunda en el tejido social y ha puesto de manifiesto la urgente necesidad de un compromiso genuino y sostenido hacia la construcción de paz. Este trágico evento no solo enlutó a la comunidad católica mexicana, sino que también despertó cierta conciencia apaciguada en no pocos sectores sociales sobre la violencia que afecta a muchas regiones de México. La respuesta colectiva y estructurada a estos crímenes fue un claro ejemplo de cómo la sociedad puede organizarse para atender el drama de violencia en el país, para exigir justicia y promover un entorno más seguro para todos.

Tras el asesinato de Mora y Campos, se han realizado una serie de acciones que implicaron diálogo y compromisos de paz compartidos. Este proceso involucró a diversos actores sociales, políticos y religiosos, quienes entendieron que la violencia no se combate sólo a través de medidas punitivas, sino también con esfuerzos conjuntos que buscan sanar las heridas sociales y prevenir futuros conflictos. En los últimos meses, durante las campañas electorales, se realizaron notables eventos coronados por las firmas de compromisos de paz por parte de los candidatos a diferentes puestos de representación popular. Ahora que los aspirantes ya han sido electos y -si son consecuentes con lo que firmaron- deben mantener abierto el diálogo con esa parte de la sociedad civil, pues la firma y el evento sin duda fueron un simbólico pero crucial acto público que refleja el deseo compartido por  transformar la realidad desde sus raíces. Unas raíces que deben ser alimentadas con la memoria de las víctimas, con la sana y activa indignación transformadora.

Dice el papa Francisco que la construcción de paz se asemeja a un delicado y tenaz tejido social, en el cual cada hilo representa un esfuerzo individual y colectivo que, entrelazado, forma una red resistente, cohesionada y duradera. Este tejido no se crea de la noche a la mañana; requiere paciencia, perseverancia y la voluntad de abordar los problemas de manera integral y colaborativa. La paz no es la mera ausencia de conflicto, sino la presencia de condiciones que permiten el desarrollo pleno de las personas y las comunidades. En este contexto, la paz se construye a partir del diálogo, la justicia y el reconocimiento de la dignidad humana.

Los hechos de Cerocahui evidenciaron que la violencia no solo afecta a las víctimas directas, sino que se extiende a todo el entorno social, generando miedo, desconfianza y fragmentación. Pero también nos ha recordado que, la memoria es una fuerza activa: La respuesta colectiva ha sido un testimonio de resiliencia y una demostración de que, a pesar de la gravedad de los actos de violencia, la sociedad tiene la capacidad de unirse y trabajar hacia un objetivo común. Este movimiento por la paz emanado e irradiado desde la Tarahumara en Cerocahui muestra cómo la construcción de paz implica la participación activa de todos los sectores, incluyendo a líderes comunitarios, organizaciones no gubernamentales, autoridades locales y ciudadanos.

Para este próximo 20 de junio, la Compañía de Jesús y otras organizaciones vinculadas a los diálogos por la paz organizan eventos orientados a fortalecer la #MemoriaCerocahui: Una misa en la parroquia de San Francisco Javier donde fueron ultimados los religiosos, un repique general de campanas en todos los templos jesuitas del país y la develación de un mural en la Ciudad de México, en la simbólica parroquia de la Sagrada Familia donde se veneran los restos de otro mártir jesuita mexicano contemporáneo: el beato Miguel Agustín Pro Juárez, el padre Pro.

*Director VCNoticias.com

@monroyfelipe