¡Salvemos al “Puto”!

Ahora sí que se la pretenden jalar los de la FIFA y bien feo cuando hay la intención de una multa o sanción a los equipos de México y Brasil cuando sus respectivas torcidas (o porras) gritaban “¡Putooo!” a sendos cancerberos al hacer su despeje de meta.

Los “delitos” que pretende imputarle a los representativos del balompié azteca y carioca son homofobia y racismo, lo que evidencia total ignorancia de lo que es “racismo”, “homofobia” y por supuesto, “puto” con sus diversas acepciones.

Primero, porque “Puto” no distingue raza, igual se le dice “Puto” al güero, al moreno, al amarillo (nunca he conocido a un chino gay) que al rojo (sin pretensiones políticas en Veracruz)…

Segundo, porque al menos que el portero se declare “homosexual” o a simple vista tenga “El paso del mono dudoso” (dixit Wilfrido Vargas), el grito entonces sí tendría validez de homofóbico.

Y tercero: Si bien es cierto, hace muchos años, decirle a alguien “Puto” implicaba llamarlo lo que peyorativamente hoy es “Heterosexual con capacidades diferentes”, los tiempos han cambiado y cuando uno se refiere a alguien como “Puto”, se le pretende decir “Cobarde”.

“Puto” es una expresión tan común en México, como decir “Pinche”, “Cabrón”, “Chingada”, “Culero”, “Buey” y las que se me pasen… son muletillas propias de un lenguaje a veces corto pero que al emplearlas, permiten a un interlocutor hacer una conversación más fluida y a veces, hasta con un dejo de sentimiento, verbi gracia: “No buey, ese puto hijo de la chingada, es un cabrón con su vieja, le pega el pinche culero”.

Es cierto, la palabra es denigratoria pero sólo cuando alguien dice “Ábreme la puerta, olvidé las llaves ¡y me quedé en la puta calle!”

Y también implica un fuerte golpe como cuando Juan Gabriel se cayó y se dio un “¡Putazo!”

Igual se utiliza para ponderar, como por ejemplo, la actuación de Memo Ochoa: “¡Qué puto porterazo es Memo Ochoa!”

La palabra “Puto” igual nos lleva a la ausencia de algo, que no necesariamente es hombría: “Estoy al final de la quincena y no tengo ni un puto peso”.

¡Ah! Claro, y quién no recuerda que incita al reto: “¡Puto cola!” y salíamos corriendo…

Gritarle a un portero “Puto”, desde mi punto de vista, está totalmente alejado de un sentimiento racista y sobre todo homofóbico. Suena más a amedrentamiento, a un deseo de que cuando golpee al balón, esa exclamación le quite fuerzas al despeje, lo ponga nervioso y beneficie con ello al equipo contrario así como de diversión.

Tan es así, que la torcida brasileña empezó a hacer lo mismo, alzando los brazos, agitando las manos y repitiendo una palabra para ellos con dos sentidos: poner nervioso al portero y divertirse, ¿pero qué creen “putos”? Nomás no puso nervioso a Ochoa y ahí tienen el 0-0 ante Brasil.

Si hay alguien a quien sancionar, sería a las televisoras, en especial a los comentaristas, que hacen más caso al grito; incluso, se indignaron de que los hinchas cariocas “copiaran” la exclamación sin que se avoquen a lo suyo, a narrar un juego que se vive en la grama, no en las gradas.

Defendamos al futbol de las telarañas de FIFA y gritemos todos… “¡eeeeeeeeee! ¡Puto!”